sábado, 27 de marzo de 2010

¡Estoy de vuelta!

Reconozco que he estado mucho tiempo sin escribir en mi blog… Más de dos meses… Y hoy, en un sábado normalito, aquí estoy yo, de vuelta, escribiendo…

Confieso que estuve “a punto” de escribir muchas y muchas veces, pero al final priorizaba otras cosas, y nada me parecía lo suficientemente importante como para mencionarlo en el blog. Con la rutina y todos los compromisos y actividades en que nos metemos, es fácil dejar de lado algunas cosas, y esto fue lo que pasó con mis posts en el blog. Aunque he tenido la intención de escribir varias veces.


La intención sin la acción no da resultados. Lo digo por experiencia propia… Por otro lado, tampoco hace falta buscar situaciones excepcionalmente buenas o hechos grandiosos, porque se puede pasar muy bien valorando y desfrutando las pequeñas cosas de la vida.

Ahora que pienso más detenidamente, me han pasado muchísimas cosas desde mi último post… He viajado a Punta Cana, en Caribe, he leído varios libros, he hecho mi primera presentación de teatro (en inglés) para un público considerablemente grande y fue seleccionada en un casting para actuar en otra obra (también en inglés), y muchas otras cosas más. Y hoy me ha pasado algo importante también: aquí estoy yo, de vuelta a mi blog…

Me parece igualmente importante valorar las pequeñas como indignarse con las cosas erradas que presenciamos en el día a día, y que seguimos adelante sin pensar en ellas por más de unos pocos segundos… Otro día iba pasar por la taquilla del metro en una estación en que no hay nadie en la ventanilla en que se venden los billetes. Y talvez por eso, o por muchísimos otros motivos más, un hombre, al envés de comprar su billete de metro en la maquina y cancelarlo en el sitio correspondiente, se ha “colado” en la taquilla de salida. Yo misma ya he visto a varias personas hacer lo mismo para no tener que pagar el billete, pero esta vez lo que me llamó la atención fue la cara con que me miró esta persona justo después de su acción. Su expresión y su postura corporal eran de afronta, algo como un poco de rabia y la intención de pelear (o por lo menos de asustar), de manera que dejé de mirarle. Pero su mirada se me quedó grabada hasta hoy…

Esa capacidad que tenemos de hacer algo que está mal, y aún así poner cara de que “no pasa nada”, cara de que “si tú me dices que lo que yo hago está mal, me puedo enfadar contigo y hacerte daño” tiene la capacidad de paralizarnos y hacernos seguir por la vida como si todo fuera normal, aceptable y justificable. Y, vamos, claramente no lo es.

Puede parecer una visión muy simplista criticar al hombre este que pasó por la taquilla del metro sin pagar, especialmente si comparamos este hecho a otras situaciones mucho más serias que pasan cada día en el mundo, pero quiero ejercer mi derecho a indignarme. Quero expresar que su mirada se me quedó grabada. De la misma manera que me ha encantado ver como cerca de 30 personas miraban felices a uno de estas muchas personas que tocan o bailan en los pasillos de las estaciones del metro (si, el metro otra vez, mi medio de transporte más frecuente en Madrid). Este hombre de hoy bailaba y cantaba una canción de Michael Jackson con tanta energía e ilusión, que en un sábado por la noche mucha gente paraba, aunque por algunos segundos, a mirarle, grabarle con la cámara del móvil, o simplemente pasarlo bien durante un rato. Esto también se me quedó grabado…

Para concluir, transcribo una parte de la letra “A cidade da luz amarela”, del cantante brasileño Flávio Venturini, que estoy escuchando ahora mismo y que me encanta desde hace años:

“(...)Una estrada entonce me llevó a la ciudad de la luz amarilla (…)”.

¿De que habla la canción? ¿Dónde está esta “ciudad de la luz amarilla? ¿Qué hay allí? Bueno, pues esto nos toca a cada uno descubrir, viviendo cada día y desfrutando mucho, pero también indignándonos algunas veces si hace falta…


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